“Estoy segura de que los primeros mosaicos que recuerdo eran aquellos azulejos de los patios andaluces que nos transportaban a los palacios árabes, al Alcázar de Riqueni o la Alhambra de Morente.
Siempre me causaron la sensación de una obra completa, continua y precisa formada tan sólo por mínimas piezas de colores unidas entre sí. Teselas esenciales que se unen en patrones geométricos para elogiar a la divinidad, para recordarnos que ninguna pieza es más importante que las otras y para crear un conjunto infinito y armónico.
Esta unión de arte y matemática me fascina y contemplándola suelo pensar en música…
¿Acaso las notas, los silencios y los matices no forman colores? ¿Acaso el baile no es pura geometría? ¿Acaso el movimiento no expresa algo que va más allá de lo que podemos decir con palabras? (…)